Lunes, 15 de agosto de 2011
EL PAÍS
Chau, sólo casi
Por Eduardo Aliverti
Es noche de domingo. Ya avanzado, no mucho,
el cierre del escrutinio. El firmante resuelve que no tiene sentido prolongar
el envío de su columna.
En las radios de la oposición se pisan las
voces de conductores y columnistas, tratando de interpretar lo que califican
como “excelente” elección de Duhalde contra el lacrimoso desempeño del hijo de
Alfonsín. Los desmiente al rato el Momo Venegas, rictus deprimente mediante. El
bunker de la paciente psiquiátrica ambulatoria está vacío, literalmente. Los
cronistas, comentaristas y presentadores de piso televisivos tienen ritmo de
velorio: dedican largos momentos a un Altamira que habría alcanzado el milagro.
Los portales no actualizan datos. Aparece el chaqueño radical Angel Rozas, con
cara de estreñido, advirtiendo sobre el mero carácter de primarias que tuvieron
las elecciones y rematando con que “era obvio que ganaba Cristina, no sé de qué
se sorprenden”. Buscan datos de Rosario, cordobeses, del interior bonaerense.
No hay caso. Morales Solá hace un avance en TN. Afirma que la oposición tiene
graves dificultades articulatorias y que no se ve cómo podría corregirlas en un
par de meses. Párrafos para Altamira, porque alcanza el milagro.
Una primera impresión radica en contrastar
el clima mortuorio del periodismo opositor con las ínfulas percibidas tras
Capital, Santa Fe y Córdoba. El Gobierno estaba entre gravemente amenazado y
muerto, según los propagandistas disfrazados de prensa independiente. Esa no
fue una percepción fundada en datos incontrastables o siquiera aproximados a
tal cosa. Se trató de una construcción de imaginario antikirchnerista que iba
en contra de cualquier lógica, incluyendo lo que ellos, los propios militantes
de la pesadumbre, del país hecho mierda, del antro corrupto, pintaban como la
Argentina del voto complejo y cruzado. Puede parecer una simplificación
excesiva, o un apunte cargado de vicio profesional, dedicar el comienzo de un
análisis a cómo les fue a los agoreros de la prensa. Pero es que no puede, no
debe desprenderse del razonamiento que se quiera la realidad de una oposición
comandada por esas corporaciones mediáticas. Son ellas las que impulsan cada
día, cada momento, cada boletín informativo, la imagen de un país atravesado
por dramas y nada más. Es ésa, la prensa opositora, la gran derrotada de ayer.
Sus horribles pretendientes a intelectuales orgánicos, a analistas sesudos, a
lamebotas corporativos constituyen la imagen de derrota inicial.
Pero, cuidado, porque también es certeza
que este dispositivo de las primarias no permite descanso. La elección, opción,
participación o encuesta de este domingo obliga –debería obligar– a continuar
trabajando. El oficialismo afronta el desafío de no dormirse. La tentación al
respecto es muy grande. La victoria en el Gran Buenos Aires fue fenomenal,
demoledora, y lo fue igualmente en territorios adscriptos a una concepción
agrogarca que hizo pensar, a apurados y manipuladores, en un espíritu protestón
capaz de trasladarse a las urnas sin más ni más. Hace pocas semanas, en esta
columna, decíamos que la “sencillez” del voto popular –adjudicada por el
marketing vacío del duranbarbismo a la mera táctica del “me va bien”– era
aquello por lo que precisamente triunfaría Cristina. La “gente” no come vidrio
y sus apuestas por variantes locales no son miméticas con sus preferencias de
orden nacional. Vale lo acaecido ayer en Capital: salvo por Recoleta y algún
par de comunas, el kirchnerismo ganó tranquilo donde el hijo de Franco pareció
invencible. La calidad del voto ciudadano, republicano y anos por el estilo,
con que la derecha viene regodeándose hace mes y pico funcionó a favor del
autoritarismo kirchnerista, de la yegua montonera, de la corrupción que blanden
Clarín, La Nación & Cía. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que las
primarias son solamente indicativas. No hay antecedentes de qué quiere decir
ganarlas con mucha comodidad.
A la hora de cerrarse esta nota,
simultáneamente, no está claro quién es el segundo indiscutible. Ni parece que
vaya a estarlo. Tampoco es cristalino cómo articularán con el sibarita
electorado macrista. El hijo de Alfonsín, El Padrino, Carrió –desaparecida en
inacción– y excluyamos a Binner son lo mismo y de hecho ya negociaron de cara a
octubre, pero en el (digamos) ideario colectivo, no significan igual respuesta.
¿Los votos de Ricardito se trasladarían mecánicamente hacia Duhalde? ¿Los de
Duhalde irán a parar a El Padrino así como así? Anoche habría quedado
establecido que un rejuntado opositor detrás del segundo más votado (???) no
significa hablar de un adversario más peligroso para las aspiraciones
kirchneristas. Parecería que un gesto de esa naturaleza podría entenderse como
oportunismo y punto.
Ahora, siendo noche más avanzada, el
periodista escucha a Duhalde y Rodríguez Saá –los radicales y sucedáneos
continúan desaparecidos en inacción– y termina de comprender eso de que “la
gente” no come vidrio. Que no siempre es así, valga aclarar. Pero esta vez sí.
No pueden ampararse ni en la mesa de Necochea.
Lo de ayer, por muy cursi que suene, fueron
unos comicios de masas y, como tales, una oportunidad de festejo. Siempre lo es
o debería serlo. Pudo tener varias o múltiples deficiencias. Entre ellas, y no
la menor, que íbamos a optar por cuáles postulantes deseábamos para equis
partido o alianza, para que compitieran en octubre. Y resultó que no hubo
competencia alguna, porque en la oposición se bajaron todos hasta quedar
candidatos únicos, y en el oficialismo jamás estuvo en duda que Cristina era
número puesto. Pero no dejó de ser un hecho participativo en el que el pueblo
tuvo algo para decir. Una chance agregada para que cada quien tome nota, sin
poder ampararse en lo relativo de una consulta de opción privada. Se escucha con
insistencia que la única encuesta creíble, válida, es la de las urnas. Pues
ayer hubo una.
En cualquier caso, puede haber influido la
comparación del momento o etapa argentinos –primarias incluidas– con las
noticias que llegan desde varias puertas afuera. Cruzando la Cordillera, hay
una lucha que debiera ser inverosímil por la instauración de algo tan
groseramente elemental como la educación gratuita, y un presidente que se anima
a sentenciar que en esta vida debe pagarse por todo. En Europa y los Estados
Unidos, sin caer en predicciones apocalípticas a las que el infantilismo
ideológico es tan afecto, vuelve a ponerse en cuestión a dónde irán a parar con
sus papeles pintados. A Londres y varias ciudades inglesas las incendiaron unas
tribus, crecientes, que claman por el consumismo que el sistema les planta en
ecuación de si mira y no se toca. España sólo trasciende por sus indignados.
Las palabras impuestas son ajuste, recorte, exclusión, deuda, especulación.
Al lado de eso, cómo no mensurar que el
mundo aprecie que estamos a mejor resguardo que los países centrales. Que
hayamos celebrado unas elecciones incluso desabridas. Que las únicas noticias
sean, casi, que el periodismo hegemónico carece de ellas, so pena de pasar un
papelón tras todo lo que pronosticó.
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